viernes, 22 de octubre de 2010

Acá no importa que mojes tu cama

Un virus, ni vivo ni muerto, infectó a una nube y la hizo estornudar tormentas. Éstas contagiaron a toda la ciudad ahora inundada.
La gente religiosa, desesperada y resfriada, se preocupaba por no escupir al cielo.

Un señor en bote, que imagino tenía sombrero, se entregaba a las improvisadas corrientes marinas y con latas de sardinas, jugaba a la batalla edilicia.
Disparaba o revoleaba su armamento, contra las ventanas de oficinas, que alguna vez habían impuesto tanto respeto, pero que ahora a merced de nuestro capitán, no les quedaba más que caer al nuevo suelo haciendo splall.

Lo maravilloso era que todos se veían de igual a igual. Nadie tenía que levantar la cabeza para hablar, todo estaba a la misma altura y todos sabían que podían hacer cualquier locura.

Se dedicaron a hacer pic nics de agua, a recorrer y charlar a mansalva.
Ni se molestaban en ahuyentar los mosquitos: porque hoy, picaban despacito.

Las monjas y el cura lloraban, era domingo y no había misa. Pero a nadie le importaba, si total la capilla ya estaba toda mojada.

Se festejaba, que por un tiempo no iba a haber lunes:

¡¡Todo gracias a vos, nube!!

Y descorchaban otro vino.