miércoles, 26 de octubre de 2011

Como Kakilo pero otro

Estoy sentado en una zapatilla de goma.
Me muevo al vaivén de una llave de níquel, bañada en plata.
Pero que me importan los brillos si acá está todo oscuro.

Cada tanto asomo los brazos porque me gusta que se agiten con la ventisca de la música.
Temblor-toma aire-temblor.
Cada vez se va poniendo más calentito y húmedo. Después gotas; que se quedan o se animan a tirarse.

Yo nunca me animé a tomarme una. Me gusta estar sentado en mi zapatilla de goma.

Además, se caen al piso ¿y qué? Nada. Se secan del aburrimiento.
En cambio prefiero que se me agiten los brazos, así, como ya conté.

A lo último aparece el rollo de tela que las limpia todas. Esas gotitas que ni muy muy ni tan tan se quedaron haciendo nada.
Gotas quietas.

La verdad, si sos una gota y te vas a quedar quieta, mejor que te absorban...
Por lo menos tenés un poco de emoción en tu gota vida.

Lo que pasa es que antes de la tela viene el ojo. Y ahí se asustan.
Claro, prefieren quedarse ahí porque no quieren tener contacto con la realidad de otro, y ¡paf! de repente un ojo.

Pff, qué me importa. Cada vez que aparece le hago burla.
Una cara distinta, pero ni me ve.

Siempre buscando las gotas. Primero a ver si están y después a ver si quedó alguna.

Yo me pregunto cómo será la cosa que porta el ojo.
Gigante, sí; pero cómo.

¿Cómo sos?
Dale, seguí soplando música que esa es la forma más linda de conocer.

     fuuu fuu

                               fuuuu

      trr trrrrr

                       tu-tu

lunes, 10 de octubre de 2011