miércoles, 26 de agosto de 2015

De Sartre y la tía Olga

Hace un rato, como hago cada tanto, empecé a indagar sobre temas para nada frecuentes.
Mi asunto de hoy fue "tu frase preferida".
Siempre me gusta arrancar con mi hermana, agarrarla desprevenida, porque sé que puede surgir algo muy ocurrente (contestando en serio o para boludear mi inquietud) o frustrarse al grito de ¿ves, Julia, que no sos normal? o uh, ahí empieza... (mientras le da un golpe a la mesa y gira la cabeza como queriendo escaparle a la situación).
La verdad que esta última salida me aburre un poco porque yo en serio esperaba que responda mi inquietud, como para enriquecerme con otro punto de vista, o aunque sea reírme si es que salía con alguna de sus citadas ocurrencias; pero tampoco voy a negar que me resulta simpático que me asigne el papel de loca y/o anormal.
Cuestión que hoy fue el caso menos deseado... se frustró de mis inquietudes, y me dejó en claro que no tenía frase preferida.
Bueno, así que seguí por mi mamá, que recién se arrimaba a la mesa después de terminar de ordenar la cocina.
-Ya sabés.- Me dijo desconcertándome por completo.
Traté de pensar si ya había tenido esta conversación con ella, pero estaba segura que esta pregunta no la había hecho nunca, y no se me venía a la cabeza ningún hito familiar que la represente.
-No, no sé, Ma. ¿Cuál?
-"Un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él."
-¿Cuál es esa? -pregunté sorprendida. ¿Por qué tenía que saber yo que esa era su frase preferida?-
-La de Sartre- dijo muy libre de cuerpo, mientras hincaba sus dientes a una banana.
Cierto. Cierto que tenía escrita esa frase en su señalador casero, fabricado con un pedazo de hoja cuadriculada, cortada en un rectángulo perfecto y escrita con la más prolija letra imprenta minúscula que le vi.
-Ah... te cagó...
Saltó mi hermana desafiante, hasta entonces desaparecida en acción.

¿Por qué, si me respondió lo que le pregunté? No sé. No sé que se imaginó. Pero ya había quedado excluida de la conversación; ella sola se aisló.
Entonces seguía mi papá que terminaba de secar los platos.
Pero no, me dijo que no tenía frase preferida. Mi papá siempre suele cortar por lo sano.
Entonces mi mamá se acordó de la frase que decía el tendero (señor que vende telas, me desasnó) y se la atribuyó como su favorita: "yo por suerte no sé leer ni escribir"
Yo me reí, y ya ella también. Pero inmediatamente después pensé qué anárquico ¿no?. Aunque es medio un garrón si estás en la calle y no podés entender los carteles con los nombres, o del transporte público. Tenés tus limitaciones... Pero no te llenan la cabeza con publicidad: ¡sos inmune!.
Me contaba mi mamá que ese tendero charlaba con su tía Olga. Quien influenciada por su hermana mayor, le fue a contar un día que era sobrina del rey de España.
De buena fe: se lo había dicho la tía Obdulia, y ella que era chiquita, lo quería compartir. ¿Qué, lo que dice una hermana mayor es mentira?
Entonces la tía Olga apareció en escena. Su recuerdo, porque ella falleció hace como quince años.
Pero era la tía favorita de mi mamá entonces a ella siempre le encanta traerla, y se sonríe.
Esta vez le tocó aparecer con su frase, que no sé si era la preferida, pero la que más le gusta recordar a mi mamá, que dice: "Ay Dios, ¿cuándo seremos dos? Una noche de alegría, nueve meses de esperar, cinco días en la cama y un bebé para criar".
Seguro que se acuerda porque de chica le debía causar mucha risa.
¿De grande habrá comprobado que es verdad?

miércoles, 12 de agosto de 2015

Tren

Cuando me bajé del tren le sonreí.
Lo busqué desde el andén en la que antes había sido mi ventanilla y descubrí que me estaba mirando también, ahí nomás le sonreí.
Es que hasta entonces no habíamos cruzado miradas. Porque él viajó todo el tiempo dormido, y yo más o menos que también. Sólo para darle el gusto, digamos. Quería estar en la misma que él, acercarme de alguna manera.
Pero dormitaba. No me dormí nunca profundo porque quería estar, disfrutarlo, descubrirlo, imaginármelo.
Y dormíamos como una pareja. El chico y la chica que anduvieron por algún lugar, y ahora están volviendo.
Nos imaginé de varías formas. Algunas violentas que me dio miedo, otras con un abrazo fraternal, o mimitos de compañía. Pero en el medio, en la realidad terrenal, lo cuidaba dormir, o me hacía la que yo también dormía.
Se desparramaba por el asiento, y yo me corría: no lo quería molestar. Lo dejaba que usurpe más de la cuenta, y hasta dejé que me toque. Me tocaba con el dorso de medio dedo meñique el muslo, y a mí me gustó. Lo dejé hacerlo imaginando que lo hacía a propósito, que yo le gustaba y el chico y la chica en una suerte de intimidad entre ellos.
Lo dejaba y me imaginaba.
Pero él estaba totalmente dormido, y una ventana abierta del vagón que dejaba correr el aire que era un poco parecido a un viento, me hizo saber que tenía aliento a vino, así que probablemente resaca, por lo que un sueño profundo como pocas veces en un asiento de tren.
Pero si yo me movía un poco, él se acomodaba. Y sacaba la mano, que al ratito se le volvía a caer, pero siempre hasta la mitad del dedo chiquito.
A veces quería que siga un poco más, a ver si realmente le gustaba. Pero me daba miedo pensarlo más fuerte: mirá si se despertaba posta y yo ya no la quería seguir y él con toda su calle, el olor a vino, el tatuaje de cadenas en casi toda la mano tomaba por completo el dominio de la situación. No.
Entonces ya íbamos por Caseros, la última estación antes que me baje, y yo rogaba que siga durmiendo, así para pasar lo tenía que despertar y me aseguraba un contacto certero. Mi amor, todavía no le había visto la cara. Es que tenía una gorra con visera y la usaba mas abajo para que le tapara los ojos y así poder dormir sin irrupciones.
El tren atravesaba el último tramo para llegar a Palomar, tenía que bajar. Despertarlo.
Me puse de pie, decepcionada, pensando que ante ese mero movimiento se iba a despertar y correrse como hacen todos, para dejarme salir.
Pero no, seguía durmiendo.
Cielo, te voy a tener que despertar, pensé con ternura y mucho amor.
Entonces le toqué el hombro mientras decía permiso. Nada.
Uy, lo voy a tener que zamarrear un poquito mas fuerte: perdoná, lindo.
Y de  nuevo.
Permiso. (Inclinándome un poco más como para amortiguar el zamarreo, o no sé.)
Ahí sí. Se despertó sobresaltado e inmediatamente corrió las piernas para dejarme pasar, mientras levantaba la cabeza hasta tirarla para atrás para poder ver debajo de su visera.
Gracias, le dije en el tono más amable que pude conseguir.
A todo esto yo escuchaba música así que no sé si me contestó. Pero de refilón pude ver como miraba desencajado por la ventanilla buscando un punto de referencia que le haga saber dónde estaba.
Entonces el tren llegó a mi estación y tuve que bajar.
Ahora los andenes están elevados, por lo que hay que buscar la escalerita para salir.
Y había escalerita a mi izquierda y otra a mi derecha. Pero tomar la de la izquierda significaba volver sobre mis pasos (pero ahora en el andén) y pasar por al lado de antes mi, ahora su asiento.  Por lo que no dudé un segundo y caminé hacia la izquierda.
Lo miré,  y tenía unos ojos hermosos turquesas que me estaban mirando. Y le sonreí.