martes, 7 de septiembre de 2010

Un posible entero a esa partecita que vemos

-Está linda la noche.
Y todas esas cosas que puede pensar uno viendo desde un balcón o ventanal, lo linda que se va poniendo la noche.
-A ver qué onda.
El camino empezaba siempre por la misma terraza. Lo que cambiaba era el lado. La vereda. Y por ende la vista, las texturas. No siempre los olores.
Entonces así, desde un punto alto, podía ver, cual emperador a su imperio, como se iban desplegando en la oscuridad, las líneas que dibujadas sobre el aire, formaban su mapa.
Pienso que en vano elegir desde allí el posible itinerario. Puesto que las figuras se hacían abstractas en la perspectiva, y al menos a mí, se me hubiera hecho imposible recordarlas todas.
Caminaba con total naturalidad por las cornisas, sin siquiera mirarse los pies.
Ahora que era grande, sus primeros miedos, quedaron sólo como recuerdos.
Con las pupilas ya grandes de acostumbradas a la poca luz, afianzar el paso se le hacía más fácil. Se veía otra vez el barrio, otras vez las casas, el pasto y las mismas cosas.
Salir a pasear ya no era tanta novedad y aventura. Más bien se había convertido en necesidad, un pedido de la noche, esa que se puso tan linda para seducirlo, invitándolo a recorrerla.
-Éste está bueno.
Se posó sobre el balcón, elegido entre tantos, por su amplitud, altura (por ende de nuevo panorama), pero esencialmente porque no tenía rejas.
Pendulante, su cola colgando, remarcaba la U que había dibujado con el primero de esos movimientos.
La brisa le acariciaba la cara, sacudiéndole los bigotes, y hacía que entrecerrara los ojos.
-Pasa esta nube y arranco. Ya fue.
Al consumarse el hecho, con sus ágiles maniobras supo volver a las líneas del aire, para ubicarse de nuevo en el plano del movimiento.
Pero esta vez el camino estaba pautado: dos a la derecha, seguir recto hasta la de techo azul, y ahí darle derecho por la izquierda.
El camino tenía un destino, pero más que nada un destinatario.
Sus intenciones eran juntarse con la de pelo blanco, para pasar el rato, y quién sabe qué más.
-Por ahí pinta, qué se yo. Si se copa, la verdad, estaría bueno. Yo tengo ganas.
En los últimos tramos aminoraba el paso, y se dedicaba más a mirar hacia los costados. Vigilar, evitar sorpresas.
No es que hubiera algún peligro real, (y si lo había él lo ignoraba por completo) sino que su madurez lo hacía ir más despacio. Cauto.
Justo pegó el último salto (ese que lo arrimaba al parque) cuando la de pelo blanco terminaba de hacer caca.
Ésta lo vio asomarse, y no fue una situación incómoda para nada.
Se acercó, y en otro lugar del jardín, se sentaron a disfrutar de esa noche, que después de todo, era la que había impulsado todo esto.
La protagonista oculta del relato si se quiere… Igual no importa.
Estuvieron así un rato.
-Para mí da.
Empezó los roses de tinte provocativos, esos que usaba como carta de presentación para insinuarse, y la de blanco, bien lo sabía.
Una técnica efectiva, que no resultaba humillante si del otro lado se respondía con indiferencia, o lo que es lo mismo, no se respondía.
En tal caso ambos se daban cuenta de la negativa, y en una complicidad de silencios, el macho abandonaba a la hembra, entendiendo que simplemente no tenía ganas, que quería ir entrando a la casa a dormir en el sillón, o en la cama de alguno de los chicos, y que tal vez otro día.
Así que hoy no. Hoy fue como conté recién.
-Sí, en un punto esta bien. Si no íbamos a colgar bastante después. Y con la paz que hay ahora, me iba a querer matar si tenía que volver de día con todos los ruidos que eso implica.
Disfrutó más la vuelta que la ida, porque se metió por su camino alternativo. Era más largo, pero ahora no tenía apuro. Era temprano.
De nuevo, dio su último salto y llego al punto de partida.
Se metió en el balcón de la familia que lo alimentaba y enfiló para el cuarto de la más chiquita.
-Qué curioso, esta vuelta hice todo por arriba. Ni pisé la calle.