Es no poder hacer vibrar el aire lo que me hace doler el cuerpo.
En algún lugar del alma, supongo las palabras, estarán clavadas como estacas de metal, inherentes, frías, muertas de miedo.
Y yo, que no las sé leer me asusto de estar sola, con el agua que se cae y no deja de salir.
Escupo la respiración entrecortada con sobresaltos en el pecho que se acalambra y me pide paz, pero no me dice nada.
Ya no pesa el cuerpo, está vacio. Débil, la fuerza se resbala por la punta de la nariz, hasta el piso en caída libre y nace el reflejo tambaleante, que soy yo en pedacitos.
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