La hoja en la mesa, ahí quieta, sin hacer nada, parecía invitar a los inquietos dedos de Luciana a jugar con ella.
Comenzó a plegar el papel, mientras pensaba en lo raras que son las personas, cuánto les gusta complicar esas cosas que en definitiva son tan simples como llevar esta puntita, hasta esta otra.
Si con más o menos 15 dobleces ya está listo, ¿por qué buscar la manera de hacer lo mismo en 35? Así queda la hoja arrugada y después es más difícil que flote.
Nunca voy a entender a la gente, y parece que ellos a mí tampoco.
Cuando terminó el barco, y con él su reflexión, se dispuso a preparar la comida, ya que se acercaba la hora de la cena y con todo lo que está corriendo Pablito, seguro le agarra sueño temprano.
Así que ahí estaba la nave suprema sobre la mesa de la cocina. Pablo sabía que era la más rápida que alguna vez navegó los mares y que tenía las mejores armas que se puedan imaginar.
Con los piratas a bordo, ya estaba todo listo para desembarcar en busca de aventuras, sirenas y tesoros.
Pero llegó la hora del baño, y todas las aventuras, sirenas y tesoros se deshicieron junto con el barco que no resistió las aguas malignas del duchador.
Pablo miraba atónito sin entender cómo algo que sabía tan fuerte se rompía a pedazos, se deshacía, como si fuera de papel.
domingo, 6 de diciembre de 2009
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