El frío en la nuca que pincha, pero no importa. Si mi cabeza ya está helada, no puede pensar. Cansada se dispone a su fin, alejarse para siempre de mí, que en definitiva soy yo y es mía.
¿Dolor? ¿Qué puede doler más que estar vivo? No tengo miedo.
Puedo mirar el cielo, y que sea lo último que mire algo tan hermoso es un alivio. Pero en todo descubro belleza porque finalmente estoy en paz.
La paz que tanto buscaba está en saber que me decidí a terminar con todo, que sólo queda esperar, y que esta espera no es esperanza, es certeza.
El cíclope de luz blanca que se acerca desde lejos, con su voz cansada pero potente, cada vez más fuerte, se queja, pero no importa. Ahora distingo el sonido de lo que parecen ser los latidos de su corazón, que se funden con los míos, acelerados, ya no se sabe cuál es cuál hasta que en un segundo uno se apaga y con él desaparecen las luces y los ruidos.
Pero es en ese segundo que lloro y no entiendo qué pasa, qué pasó con mi paz, qué es todo esto.
Pero esa voz me resulta familiar, y por alguna extraña razón acurrucarme en su pecho me tranquiliza.
Lo único que quiero es dormir. Dormir para olvidarme de todo y que empiece de nuevo, pero esta vez diferente.
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