"Siento una cosa en el pecho, como si fuera a estallar. Una bomba de tiempo. En cualquier momento me vuela en miles de pedacitos."
Después que la Chica le contara eso, a Ella se le hizo muy difícil seguir con su vida cotidiana. A Ella, que no le costaba mucho despegarse de la realidad, -de hecho tenía que hacer un esfuerzo para mantenerse en ella- le costó el doble concentrarse en sus tareas habituales. Cada vez que escuchaba un reloj se estremecía por dentro.
A Él, que se daba cuenta de todo lo que a Ella le pasaba, que miraba a través de su cabeza y veía sus pensamientos con tanta claridad como alguien que mira por una ventana que ni siquiera tiene vidrios, no se le escapó ni por un momento esa preocupación que la invadía. Sabía que no podía hacer nada para solucionarlo, ni lo de la bomba que atormentaba a la Chica, ni lo del reloj que no paraba de asustar a Ella.
Como cualquiera de esas personas sensibles cuyo equilibrio se desmorona con el soplar de una leve brisa, esta situación lo preocupó. Se sentía triste, y cuando estaba triste escribía. En el colectivo le gustaba más. El ruido de la ciudad, todos esos personajes esperando para entrar en acción eran las variables que más lo entusiasmaban. Y como no podía ser de otra forma el reloj era protagonista de todos sus relatos.
La Enfermera curiosa, por no decir chismosa e intrometida, no se aguantaba las ganas de leer eso que Él estaba escribiendo. Probablemente no lo sentía de la misma manera. Es más, le molestaba chocarse tantas veces con la palabra reloj que de inmediato le hacía pensar en el tiempo que pasa sin detenerse, en toda una vida dedicada a pagar las expensas, y a cubrir su cuota de frivolidad todos los sábados en la peluquería. Eso a la Enfermera la incomodaba, la entristecía. Se acordó irremediablemente de su adolescencia, de sus ganas de cambiar el mundo, de querer ser alguien.
La sensación la acompañó todo el resto del viaje: cuando tocó el timbre para bajarse en su parada habitual (la que está a dos cuadras y media del hospital), mientras ingresaba al edificio, y también durante las rondas del día.
A tal punto, que cuando fue a despedir a Aquel Hombre que se ganó el alta médica demostrando que había entendido no ser un mensajero de Dios, con la misión de destruir a la raza humana, no tuvo más palabras que: "hacé de tu tiempo algo que valga la pena."
Desde su estado de miseria interior nunca esperó que Aquel Hombre respondiera: "Créame Enfermera, ya lo hice."
Sorprendida, trató de encontrarle coherencia a esa frase dicha por una persona que no había hecho más que estar encerrada en su habitación dentro de este manicomio, el cual sólo recorría de a poco y de una forma muy singular, observando cada detalle. Pensó que el comentario sólo demostraba la necesidad de continuar el tratamiento ambulatorio, ¿cómo alguien en esas condiciones pudo haber hecho algo que valga la pena?
Pero fue cuando Aquel Hombre presionó uno de los botones de su reloj que todo cobró sentido. Transformó lo que parecía un simple e inocente comentario en la frase más clara y sincera que la enfermera había escuchado en el día.
A la comprensión, le siguió un estruendo y miles de pedacitos que sólo una bomba estallando sabe generar.
_____________________________________________-·Mundia Gress
U.N.K.L.E
domingo, 19 de julio de 2009
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